La excelencia en la pesca de truchas -y de la pesca a mosca en particular- siempre ha estado ligada a la mosca seca. La localización de un pez alimentándose en la superficie del agua (en estado de máxima alerta), el acercamiento, la mosca que vuela en el aire hasta posarse delicadamente como si fuera un insecto de verdad, la subida de la trucha para tomar el engaño y clavar. Es la escena con la que todos los pescadores soñamos y que rememoramos muchas veces.
Sin embargo, por desgracia, cada vez hay menos peces y menos eclosiones de insectos -en gran medida por culpa del empeoramiento generalizado de la calidad de las aguas– así que la pesca con ninfa gana adeptos día a día. Este sistema tiene la indudable ventaja de que la presentación del cebo se hace allí donde el pez está más confiado -pegado al lecho del río- y donde obtiene la mayor parte de su alimento. Y el viento, las aguas ligeramente tomadas o altas no son tanto obstáculo para sacarle rentabilidad a una ninfa bien manejada, al contrario de lo que sucede con la más efectiva de las moscas secas en esas condiciones adversas.
Y también va siendo hora de dejar de lado prejuicios: no se trata de una técnica indigna. Objetivamente resulta tan difícil y apasionante derivar una ninfa por encima de los cantos rodados y las lastras del fondo del río, como lograr que una trucha con mil batallas tome un díptero del 24 en esa tabla que pesca todo el mundo. Es más, para conducir ese aparejo que no ves es necesario desarrollar un sexto sentido, una percepción extraordinaria, un estado mental que forma parte de lo esencial en la pesca. Objetivamente, insisto; otra cosa son luego los gustos personales de cada cual.
Todos los ríos del norte de Burgos –Cadagua, Nela, Trueba, Trema, Engaña, Ebro, etc.- tienen excelentes tramos para la pesca con ninfa según las preferencias de cada uno: desde grandes pozas y fuertes corrientes para pescar a la polaca hasta pequeñas tablas de aguas cristalinas en las que resulta todo un reto presentar una microninfa a sus recelosas truchas.
Cañas y carretes para ninfa
Esta entrada solo pretende reseñar unos conceptos generales, sin sentar cátedra, ya que cada escenario de pesca y cada pescador tienen unas particularidades propias y, además, no hay solo una fórmula. Quizá la única norma que sirva es que en la adaptación está la virtud y el secreto del éxito.
Sin embargo, sí podemos partir de unas premisas que nos ayudarán a comenzar a disfrutar de la pesca con ninfa y, a partir de nuestra propia experiencia, a evolucionar. Así, nos centraremos en la pesca en río al hilo –French nymphing-, en la que la línea no sale del carrete, ya que se pesca exclusivamente con el bajo de línea.
Las cañas más adecuadas son las de 10 a 11 pies y de línea 3 y 4. Prácticamente todas las primeras marcas europeas de cañas ya tienen modelos para esta especialidad. De una acción más dulce que la que está de moda para pescar a seca, permiten un mejor seguimiento de la deriva, esa misma sensibilidad contribuye a detectar la picada y protege los tippets más finos de la rotura en la clavada. Una buena opción -sobre todo cuando se trata de viajes largos- son las convertibles. Al poner o quitar un tramo de un pie o de una longitud similar, el pescador transforma una caña especializada de ninfa en una de seca, y al revés.
El carrete no tiene demasiada importancia en esta modalidad excepto en lo que al peso se refiere; debe tener el adecuado para equilibrar el equipo, más teniendo en cuenta que vamos a castigar bastante el hombro y el brazo.
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